miércoles, 27 de enero de 2016

"Aquellos lejanos tiempos..."- Nuestro pasado cofrade

 Contemplando la actual balanza en la que se mueven nuestras hermandades, llenas de gente con ganas de trabajar, estaciones de penitencia con más comodidad de la que recordamos, gran lucidez acompañada de alguna novedad que se hace patente a lo largo de un año trabajando y en definitiva, contemplando el gran bagaje cultural que ha alcanzado nuestra Semana Santa era inevitable volver la mirada tiempo atrás hacia años en los que esta manifestación pública de fe no guardaba los mismos patrones a los que muchos de nuestros jóvenes cofrades ya están acostumbrados. Por aquellos lejanos tiempos las cosas eran mucho más difíciles.
 Así nos quiso brindar sus recuerdos una cofrade ya mayor que sin ánimo de lucro y con la petición de no publicar su nombre compartió con nosotros una tarde de memorias perdidas para hacernos saber la gran historia que esconden algunas de nuestras imágenes más veneradas. Con la sabiduría de una persona que tanto ha vivido quiso escoger los más memorables recuerdos de sus años como niña torrecampeña que descendía de una familia de gran renombre y de fe cofrade...


 Según nos contaba este personaje que por oídas de su difunta madre conoce, su abuela había sido la camarera de un portentoso Cristo articulado que como tantas otras obras de gran valor artístico fueron destruidas en los acontecimientos de la Guerra Civil española, allá en la década de los años 30. Esta mujer al igual que muchos mayores de nuestra localidad volvió a relucir el fundamento de una leyenda que surgiera tras la propia Guerra sobre la supuesta desaparición de aquella talla, que decían, llamaban del Santo Entierro. Aquella talla, según atestiguan numerosos documentos históricos, era origen de gran devoción entre los parroquianos y además era eje central de nuestra Semana Mayor cuando a la tarde del Viernes Santo era descendido de una cruz (por su condición de articulado) para ser depositado en una losa y conmemorar la muerte de nuestro Señor a la vista de todos los feligreses. Pues bien, la leyenda que mencionaba antes defiende que al contrario que las demás imágenes, ésta fue escondida en un pozo que hay junto al retablo de San José por los hermanos mayores de aquella época con el fin de rescatarlo tras finalizar aquellos conflictos civiles, pero el tiempo de desgracia y el olvido acabarían con varios intentos fallidos de investigar dicha leyenda que aflorara entre los años 40 y aún hoy día sigue de boca en boca como tal. Incluso aseguraba la existencia de varios pasadizos y cámaras subterráneas bajo la edificación de la actual parroquia de San Bartolomé.

 Pasada la Guerra Civil, nos cuenta, fueron muchos los ataques que recibió la Iglesia y por lo tanto muchas las hermandades que desaparecieron. Sin embargo en 1940 relata que su padre, hombre que a pesar de no tener estudios destacaba en su audacia para los negocios, junto con un grupo de horneros (panaderos) de la localidad se encaminaron a traer una nueva imagen de Jesús Yacente que tallara un nombre que jamás se supo por la quema del documento que declaraba aquella adquisición y del que no se sabe si quedará copia alguna en el Ayuntamiento, puesto que los funcionarios del mismo eran quienes gobernaban aquella agrupación parroquial.
 Llegada esta nueva imagen fue colocada junto al presbiterio bajo los pies y amparo de su Santísima Madre de los Dolores. Éstas junto a la de Jesús Nazareno y el Cristo de la Vera Cruz eran las únicas devociones (junto a la patrona) que compartían los torrecampeños, y la sencillez de aquellas procesiones, como podremos imaginar, era destacable. Cuenta con más seguridad que en el resto del relato, que recuerda tiempo atrás que la primera vez en que procesionara dicha talla del Cristo Yacente bajo la titulación del Santo Sepulcro fuera en unas antiguas andas de nuestra patrona Santa Ana, portada sin ningún tipo de urna ni ornamento mas que pocas flores y algo de musgo por un reducido grupo de hombres vestidos de negro con el escudo de la corporación adherido a la solapa de la chaqueta y unos guantes blancos. A la misma hora, más de 70 años atrás, el cortejo salía como cada Viernes Santo inmerso en un riguroso silencio y con el acompañamiento de los torrecampeños junto a San Juan Evangelista y la Virgen de los Dolores, imágenes que acompañaban el resto de estaciones de penitencia. Recordaba además con honda nostalgia nuestro personaje la innumerable cantidad de saetas que recibían nuestras tallas una vez en la calle, de una belleza particular dados aquellos tiempos.


 Años más tarde, inmersos en una nueva década, sin mucha información recuerda que se trajo la urna que porta al Cristo Yacente actualmente, aunque menos reformada, y los cuatro ángeles pasionarios, obra de los talleres de imaginería de Olot. Quiso destacar por última vez la alegría que le provocó observar que cada vez eran más los jóvenes que se unían a las filas de todas y cada una de las hermandades de nuestro pueblo, al contrario que muchas personas piensan actualmente.

 Por último nos pidió un favor en su nombre y en el de tanta gente que hoy ya no se encuentra con nosotros y creemos que merece ser trasladada hasta vosotros y vosotras: debemos cuidar el enorme patrimonio que poseen nuestras cofradías puesto que son muchos los deseos, votos y lágrimas que albergan cada una de las astillas de esa madera santa. Ahí quedaron sus memorias.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentad con respeto y humildad. La bondad nos puede hacer grandes.