La muerte tras la pasión sobrecogía el templo, que era sepulcro nuevo para el Rey de los Judíos en estos días de Cuaresma. Pero no se trataba de cualquier muerte, sino de la de un Dios hecho hombre que desfallecía yacente sobre las más puras sábanas tendiendo las manos rendidas de un calvario hecho sufrimiento. No obstante todos querían acercarse a aquella sobrecogedora imagen a recibir de su paz y su unidad, a recibir la muerte que da Esperanza.
La Cofradía del Santo Sepulcro de Nuestro Señor Jesucristo y María Santísima de la Esperanza en su Mayor Dolor celebraba el triduo anual en honor a su imagen titular trayendo consigo su rojo estatuario que tanta pasión derrama, en un altar de cultos donde las velas temían fallecer y las flores anhelaban el último aliento del hijo de Dios, humilde, rendido y más humano que nunca, con el norte que todo hombre alcanza: el de morir. Una estampa que ofrece gran carácter siempre en estas fechas, cuando la talla anónima de Cristo Yacente es trasladada de su camarín para ser punto de mira y ejemplo fiel de la eucaristía.
Sin embargo los besos de devoción que recibieron aquellos sagrados pies inertes durante estos tres días recibirán su fruto pronto, cuando tras las tinieblas de este valle de lágrimas, al tercer día resucite de entre los muertos.
* Fotografías de Manuel de la Plata:
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